martes, 7 de marzo de 2023

No tenemos la culpa de ser trastornados mentales - La cultura de la conectividad

Hay una verdad cotidianamente revelada en la que voy a redundar con fines reflexivos: los seres humanos tenemos un trastorno mental asociado al celular que afecta nuestra vida social, íntima y laboral. Y más allá de los distintos niveles de conciencia sobre la situación, no hacemos mucho por evitarla. Pero no es nuestra culpa. Responde a un escenario inédito en la historia de la humanidad donde se conjugan de forma excepcional y funcional 4 circunstancias o realidades. Como adictos, la única culpa que nos cabe es existir en esta era. Quizás de la única responsabilidad que debemos hacernos cargo es de ser conscientes de la adicción para retomar (un poquito) el control remoto de nuestro tiempo.


No son pocas las voces que estudian el tema. Uno de por acá es el tecnólogo argentino Santiago Bilinkis; es con él y no conmigo que pueden comprender con detalle esta realidad, en cualquiera de sus ponencias que encuentran tecleando su nombre en Google, o en el libro Guía para Sobrevivir al Presente. (No es la única persona que reflexiona e investiga el tema pero como buenos rioplatenses que somos, consumir argentinos es un desenlace lógico) Si teclean el nombre con faltas también van a encontrar sus conceptos. Acá lo vamos a parafrasear nomás. 

Pero también existen versiones alejadas del determinismo tecnológico, que instauran una perspectiva antropológica: no solo no estigmatizan a la tecnología ni la colocan como el brazo ejecutor del mercado que digita nuestros hábitos, sino que la entienden como resultado intencional de deseos humanos que evolucionaron históricamente. Una exponente valiosa de esa visión es la, también argentina, Paula Sibilia; antropóloga e investigadora  en temas culturales.

Circunstancia #1

Nosotros mismos como especie 

Particularmente el funcionamiento de nuestro cerebro y las posibilidades de manipulación a las que está expuesto. Nuestra cabecita no funciona muy distinta a cuando debíamos cazar para comer y andábamos de sandalias todo el día. No hemos evolucionado tanto como creemos solo porque con un pin y un verde podemos ir de compras. Una de las características intactas de nuestro cerebro prehistórico es el sistema de recompensas. Un mecanismo que desarrolló el ser humano (a falta de instinto) para sobrevivir. Ese sistema permite que asociemos ciertas situaciones o cosas a una sensación de placer, y al darnos esa sensación tendemos a repetirlas; fenómeno más conocido como piloto automático. Ese mecanismo cerebral explica por qué algunas cosas nos resultan apetecibles, desde las necesidades más básicas (comer) a las más complejas (evitar la tristeza).

 Por ejemplo: supongamos que estamos aburridos o angustiados. Eso provoca una incomodidad que nos lleva a caer en acciones inconscientes e incorporadas que calmen esas sensaciones. Hoy cualquier estímulo informativo del celular representa una gratificación inmediata, una dosis de dopamina que puede calmarme ese dolorcito emocional. Porque el aparato permite estar o meternos en muchos lugares a la vez. ¿Quién alguna vez no soñó con ser invisible para ser parte de una situación inalcanzable? Bueno, el celular te convierte en invisible y te deja viajar a donde quieras. Invisibles y voyeurs: ¿qué más querés?

Siempre nos perdimos el 99% de las cosas que pasaban en el mundo pero ahora somos conscientes de que podemos chusmear o acceder a distancia a infinidad de cuestiones.  Puede ser un gol de Suárez, la foto en Buzios de mi compañero de laburo con la novia, un tweet gracioso, un video que mandó un amigo al grupo de WhatsApp, un mailing con ofertas, la nueva tendencia en Twitter, una noticia que nos llama la atención, una historia en Instagram de algún famoso o influencer, y las siguientes, un link con la columna de radio que no pude escuchar en la mañana, una aviso de Netflix para terminar de ver una serie empezada,  un álbum de fotos familiares de la persona que vio tu perfil de Linkedin, cualquier material antiguo que alimente nuestro hambre melancólico, y millones de estímulos más que le dan una rica y rápida recompensa a nuestro cerebrito, aunque no tengamos un interés genuino en conocer. Nos llueven estímulos que nuestra mente etiqueta como deseables. La contrapartida es que la posibilidad real de contar en la mano con un aparato donde veo mucho de lo que pasa en otros lados, genera una sensación constante de ansiedad. Y así somos vulnerables.

Ocurre con otras vulnerabilidades de la mente que  nos dejan en “pelotas” bastante seguido. Lo bueno es que las reglas de juego son parejas para todos. Algunos más, otros menos, siempre quedamos desnudos ante otros. Es como una playa nudista de vulnerabilidades. 

Una característica humana bien evidente es la autoestima y la necesidad de aprobación ajena.  Siempre nos importó la imagen (física y moral) que los otros tienen sobre nosotros. Lo que cambió es que ahora ese reconocimiento es a la vista de todo el mundo, cuantificable y cualitativo con likes, comentarios, retuiteos, y vistas a nuestras publicaciones; además tenemos la chance de compartir cualquier instancia de nuestra existencia. Quien publica una foto o una opinión o comparte una noticia en Facebook  Twitter, Instagram o cualquier red social reacciona a cada like con una descarga de dopamina, un neurotransmisor relacionado con el placer o la motivación. Los corazoncitos generan sensaciones agradables en nuestro cerebro, muy difícil de resistirse; eso explica una conducta adictiva.

Es decir que las redes sociales aprovechan la seducción que nos causan las vidas ajenas y la posibilidad de mostrar nuestra vida para mantenernos enganchados. Modificaron el proceso de validación social  aprovechándose de nuestra vulnerabilidad para generar una dependencia excesiva a esos espacios digitales. 

Pensemos un ejemplo bien básico de cómo un ser humano puede necesitar validaciones sociales de su entorno digital: la foto de perfil. Y les cuento cómo trabajan los robotitos pa´ dejarlos bien calentitos ¿Ustedes sabían que los cerebritos de Sillicon Valley, específicamente los de Facebook, manipulan nuestra “aprobación social” simplemente manejando cuántas veces aparece la notificación de nuestro cambio de imagen en los muros de nuestros amigos? 

Y así funciona con otras emociones vulnerables que capturan nuestra atención. Si las emociones vulnerables fueran una obra de Gerardo Sofovich, la Autoestima y la Indignación serían las vedettes principales.  ¿Por qué hacen eso las redes sociales? Lo pregunto como si pudiera ponerle suspenso y el desenlace no fuera evidente. Pues por dinero. Cuanto más adictos somos, más tiempo y atención les brindamos, y más huellas y datos dejamos en las plataformas en cada acción, y más datos tendrá una marca para micro segmentar sus publicidades. Y las redes venden espacios a las marcas para promocionarse. No tiene ninguna otra vuelta más filosófica ni retorcida.

                                  

Circunstancia #2

La evolución del conocimiento sobre nosotros mismos. 

Muchas de las mentes más brillantes de la humanidad nos sacaron la ficha como especie y se han quemado las pestañas para hackearnos el cerebro. Y lo logran a pedido de los gigantes tecnológicos como Facebook, Google, Apple, Youtube, Amazon, que pelean por lo mismo: captar nuestra atención (y tiempo). Desde la neurociencia y la psicología logran entender cómo funciona la mente y diseñan plataformas para generarnos adicción.

Suena muy dogmático pero si no me creen hay un par de voces más autorizadas que lo han hecho explícito. 

Tristan Harris fue Jefe de diseño ético de Google pero le entró la culpa y ahora está arrepentido. Renunció a la compañía por problemas éticos justamente. Y fundó el Center for Humane Technology (Centro por una Tecnología Humana) que pretende cambiar el modelo de negocio de las compañías de Internet que hoy está basado en la economía de la atención. Menuda utopía la de Harris. Lo cierto es que el tipo declaró que la mejor manera de captar la atención es saber cómo funciona la mente de las personas. Y eso hacen las plataformas digitales.

Otro del Club de los Arrepentidos es Sean Parker, ex presidente y co fundador de Facebook, hoy a cargo de un proyecto de investigación de inmunoterapia contra el cáncer. En un evento en 2017, Parker dijo: "Explotamos una vulnerabilidad de la psicología humana. Lo entendíamos, conscientemente, y lo hicimos de todas maneras". Más allá de lo vulnerable que nos hacen sentir estas revelaciones, es positivo que para algunos, la culpa mata billetera, como en el caso de Parker y Harris, quienes no devolvieron sus ganancias pero tampoco tenían necesidad de mear tanta culpa y hacernos conscientes de sus hackeos a nuestras cabecitas. 

Parker explicó que el razonamiento para crear Facebook fue ver cómo lograban consumir la mayor cantidad de nuestro tiempo y atención consciente posible. "Eso significa que tenemos que darte algo así como un toquecito de dopamina cada tanto, porque alguien le dio “Me gusta” o comentó una foto, y eso hará que aportes más contenido, y a su vez que recibas más “Me gusta” o comentarios; es un circuito cerrado de retroalimentación de validación social".

En resumen, como dice Bilinkis, el avance cognitivo de internet no es por azar. La tecnología no es neutral. La universidad de Stanford tiene un Laboratorio de Tecnología Persuasiva, que dice explícitamente que su meta es entender cómo se puede usar tecnología para modificar lo que las personas piensan y hacen. Eso mismo declaran en su sitio web.

Recapitulemos: por un lado tenemos a ciudadanos de La Tierra (todos nosotros) con toda nuestra humanidad prehistórica a cuestas, y por otro, una porción de la raza humana que dedica muchas horas a estudiar las propias vulnerabilidades de la mente con un fin comercial: conseguir atención de las personas para vender espacios de publicidad y nuestros datos para luego hiper segmentar los mensajes publicitarios. En el medio está lo que hace posible que ambas situaciones sean funcionales: algo que pesa menos que 6 fetas de leonesa cortada finita y podés ponértelo en cualquier bolsillo.


                                  

Circunstancia #3

Sí, ¡el celu!  

Y acá no tiene lugar ni el loquito más escéptico; ese que te va a decir que siempre existió la manipulación y la vulnerabilidad humana. Los haters de la publicidad. Más bien que siempre existió. Lo novedoso es cómo algunas compañías tecnológicas entendieron todas estas variables que estaban a disposición pero sin aplicación concreta, y el surgimiento de un lugar ideal donde tienen la posibilidad de hacerte hacer lo que quieran: un Smartphone. Una herramienta de bolsillo que pesa menos de 250 gramos con la que podemos enviar correos, chequear el clima, contestar mensajes a quien sea, alquilar una casa, jugar, comprar unas chancletas o chusmear la vida personal y profesional de cualquier persona sabiendo su nombre. No resulta extraño pensar que todo eso no es gratis. Y no. Porque somos un producto. O quizás menos que eso: somos el insumo de un producto. Porque lo pagamos con nuestro tiempo, el insumo que necesitan las plataformas para crear perfiles y dirigir mensajes específicos según nuestra personalidad. 

No sé cuánta disciplina podremos lograr, pero al menos que la manipulación sea consciente. Y que la consciencia ayude a que si en un día nos hacen dar 5000 clicks que nosotros no haríamos, bueno, poder minimizarlo. Entender cuándo somos vulnerables por nuestras propias fallas humanas.

Cuando empezás a darte cuenta de lo mucho que saben de tu vida, de lo mucho que nos manipulan, hay más chance de minimizar la manipulación porque es consciente. Mirar con desconfianza. Hacer un click pero mental. Está bien, seguiremos haciendo millones de click innecesarios todos los días, pero desconfiemos. Ese click. Básicamente estamos distraídos todo el tiempo.

Como no podemos depender de que desaparezcan todas esas seducciones de nuestra vista y de no tener tentaciones para no caer en ellas, debemos ser conscientes de lo que realmente ocurre para poder gestionarnos mejor.

Seguramente no alcance solamente con la concientización individual para minimizar la manipulación de las redes sociales y la adicción al celular, pero al menos es un factor que está a nuestro alcance. Si en 5 o 10 años existen regulaciones que ayuden, genial. Hoy no.

Me incomoda un poco decir “Plataforma” para referirme a las redes sociales; el término tiene más una presunción semántica sofisticada que un correlato con la realidad: decir plataformas es decir las empresas más omnipresentes en la vida humana contemporánea. Son proveedores de software, hardware y servicios que ayudan a codificar actividades sociales. Ni más ni menos. Procesan una cantidad asquerosamente grande de datos a través de algoritmos matemáticos, para luego presentarnos su método con interfaces amigables y tentadoras. Así, ofrecen en nuestras pantallitas configuraciones predeterminadas que son resultado de decisiones estratégicas de los dueños de esas empresas.




Circunstancia #4 

Queríamos inventar los celulares y los inventamos


Es probable que si llegaste hasta acá interpretes que la tecnología es un enemigo que controla nuestros hábitos al servicio del mercado. Este cuarta circunstancia propone entender que las tecnologías no constituyen (solamente) un enemigo que nos controla la vida a cambio de dinero, sino que (además) son consecuencia de transformaciones en creencias, valores y modos de vida de la era moderna hacia otras formas de vivir que son contemporáneas. Es una perspectiva que defiende la argentina Paula Sibilia quien señala que “las válvulas morales se fueron relajando.” Explica que en el siglo XIX y el XX las paredes funcionaban bien para limitar el espacio privado y el público pero hoy los límites son difusos. Pero antes no era solo la pared sino toda una serie de creencias y valores protegían esa privacidad: la moral, el pudor, el decoro, la discreción. En definitiva, se amplió el campo de lo que se puede decir y mostrar, fenómeno ya presente en los 60 y 70 surgido por rebeliones juveniles, la revolución sexual, las revoluciones feministas, y nuevas posibilidades de relación con los otros, con uno mismo y con el mundo, explica Sibilia. 


Así que no nos hagamos las víctimas. Los humanos inventamos los smartphones adrede para hacer casi todo lo que hacemos con ellos pero además para poder vivir de modo visible y en conexión permanente con los demás. Los celulares no cayeron del cielo, son fruto de nuestros deseos y necesidades. La necesidad de vedettizar nuestra vida es causa y las herramientas construidas la consecuencia. Hagámosnos cargo.






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