martes, 28 de junio de 2016

Messi no quiere jugar

Hay quienes solo ven en el fútbol ganadores y perdedores. Son parecidos a los que prefieren ver al fútbol como la vida o la muerte, casi igualitos a los que nunca tratar de entender que los 3 resultados de este deporte son multicausales y que, afortunadamente para los más débiles, esos resultados no siempre respetan una lógica; y que incluso a veces nunca se llega a una razón convincente que los explique. Eso convierte al fútbol en el deporte más épico. Es natural (y a veces inconsciente) que existan esas visiones; al fin y al cabo todos queremos ganar. Pero hay algo dañino en ese vínculo con los resultados, hoy amplificado por herramientas digitales: es dañino que esa forma resultadista y apocalíptica de procesar los desenlaces, afecte decisiones que toman los protagonistas del juego.

Messi quiere dejar de competir con su selección. Tiene 29 años y hace 10 que es el futbolista más determinante del mundo. Desde niño sabe que perder es una regla básica del juego. Pero con su país no quiere competir para no perder más. El daño está hecho. Messi lo pensó y lo declaró. Esa interpretación dañina es la misma que etiqueta a Bielsa como un perdedor. Bielsa, impermeable a esas formas, aterrizó en Chile en 2007 y fundó un estilo de juego inédito en ese país, que hoy es el rasgo más identitario de los verdugos de Messi. La selección chilena bicampeona cree tanto en el germen de Bielsa, que no sabe jugar a otra cosa. El boomerang le dio de frente a Messi en la cabeza.

Con la decisión de Lionel gana el Dios Maradona, que antes de la final mandó el mensaje: "Si no ganan, que no vuelvan". Ahora no importa quién ganó la final. Importa que Messi fue permeable al daño, y hoy no quiere jugar al fútbol. Y si el mensaje es que no vuelvan los que pierden, que jueguen donde puedan perder.


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